"Réquiem en Tetuán", de Ahmed Mgara
Más allá del edén.
Del libro "Réquiem en Tetuán", de Ahmed Mgara
Allí estaba el
Gorgues, implacable con su vestimenta grisácea, desafiando las nubes
atravesándolas con su hiriente cima que abrazaba al sol con los destellos de su
corona milenaria. Estaba solo, más allá de las rejas que el Dersa dibuja en una
serpentina línea de barro y de llanto. Me dio la impresión que, al menos
aquella vez, mi Gorgues no necesitaba subir a sus borrascosas cumbres para
sentirse plagado de ausencias y de hiriente soledad.
La tristeza de su
túnica lo tenía sumiso en su lúgubre silencio que tan solo emanaba los susurros
del viento cuando los repelía enviándolos hacia los pinos del Dersa.
Estaba alterado en
sus vuelos inmensos mientras la irradiación del sol le daba la impresión de
ficticios movimientos carentes de veracidad. El Gorgues, encaramado en el
cielo, unía el horizonte con la tierra tetuaní que se dejaba rociar por las
aguas del Mhannesh.
Desde la cornisa yo
seguía mirando y admirando la majestuosidad de la Divina Creación
que el Omnipotente dejó grabada en el pétreo Gorgues quién, pese a su timidez,
siempre fue un grito en las ausencias, desde Busemlal hasta Buzaitún…una
eclosión de negativas y negaciones a las imposiciones de las crueldades del
destino en él anidadas.
El Gorgues tenía el
alma llena de pétreas melodías vivas, estaba lleno de poesía inmortal e
inspiraba respeto y admiración.
Sobre su cabecera llevaba su elegancia y sobre
su pecho el ajuar que les quería enviar a las Alpujarras. La cruel inclemencia
de las oscuras olas lo alejó de sus hermanas de las otras sierras… y él
esperaba, asomando por encima de las algodonosas nubes mediterráneas, por si
podía romper el maleficio de los genios y pudiera, por fin, ver a su Granada
fatal.
Montaña de esmero y
de espera, de virginidades rotas por el abismo de los tiempos de iras y de
rabias manifiestas, montaña de dolor y de sufrires de siglos y de tiempos por
nadie sabidos, roca rota por dentro en miles de entrañas hechiceras; nido de
amores y de resacas llenas de pecados y de cicatrices nunca curadas, montaña
agobiada por la tristeza que la edad le dio por decreto natural.
Alguna vez dejaré mi
lacrimal ofrecerte una entraña más para que las aguas, que al Mhannesh tú das,
la lleven a la orilla de la mar para dejarlas perderse con las otras entrañas
que allí tengo depositadas y enviarlas, alguna alborada fugaz, a quienes las
pudieran necesitar desde Tetuán…con amor.
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